martes, 21 de octubre de 2014

Lamento de Adán...



A imagen y semejanza… ¡hipócrita!, aislado, engañado. En el paraíso decía que estaba,
que me vio solo y algo echaba en falta, que andaba incompleto. Y cierto, fue lo único bueno que dice que hizo. Sobre lecho de flores y verdura hallaba descanso mi cuerpo y os juro que fue el despertar más hermoso que he tenido jamás y tendré.

Sentí un beso en el costado, debajo de mi corazón y una paz infinita se apodero de todo mí ser, al abrir los ojos, encontré los suyos deliciosamente enfrentados a los míos. Una igual, por que su mente pensaba, su rostro sonreía y las más bellas palabras se desgranaban de sus labios carnosos, me enseño de los pies a la cabeza mi verdadera humanidad. Filosofábamos bastante sobre el sentido de la vida, y que hacíamos aislados en esto que le dio por llamar Edén, cuando aseguraba que la vida seguía más allá, que otros como nosotros de diversos colores, con rasgos diferenciales e igual de hermosos vagaban fuera del Edén.
Que de animales diferentes estaba poblada allende de nuestra hermosa jaula, de vergeles y selvas, y cientos de palabras surcaban libres en distintos idiomas, conocimiento y sabiduría al igual que las cosas malas, las grandes barbaries atribuidas en su nombre.

Que gran payaso, prestidigitador, embaucador de sueños, de grandes quimeras imposibles, esclavo de sus pasiones, egocéntrico taimado, ser mimado.
Pues no me suelta, que ha creado el mundo, que en el principio todo era caos, que separo la luz de las tinieblas, y del verbo hizo al ser y luego se hecho a dormir. Cada vez que despertaba, chasqueaba la lengua y modificaba su supuesta obra. –Hoy te daré el libre albedrío
¡Hipócrita! si mi historia ya esta escrita, si al crearme me condenaste de antemano, hiciera lo que hiciera, mi final sería el mismo. ¡Hipócrita! como todos los gobernantes que ha habido a lo largo de esta densa historia, eterno déjà vu, ¡conmigo o contra mi, no hay vereda de en medio, no hay otro camino que el suyo, camino de esclavitud, de adoración obligada, de loas por habernos hecho de mala materia y es qué en su borrachera aún cree que nos hizo, doble de sí mismo, ¿en que reflejo se vio él reflejado? para decir que somos a su imagen y semejanza.
Qué o quién insufló aliento de vida a mis huesos, hechos, con el polvo primigenio de las galaxias, con el polvo primigenio del universo. Eso es tirar alto, cuando lo sencillo es declarar que fue cuestión de tiempo de mucho tiempo, de una ardua tarea en el gran laboratorio de la naturaleza, que sí o sí tenia que llegar… y al final nos damos cuenta que somos una anomalía, una aberración de ella misma, de hilar fino, de buscar la creación más perfecta para al final, ser los artífices del Apocalipsis, reventar el paraíso por los cuatro costados, asolar la tierra como un viento solar, arrasando y fundiendo toda  vida conocida.

Mientras por otro lado, ese que se hace llamar “el Gran Arquitecto”, no es nada más que el fruto de los miedos, el fruto del abandono, de la ignorancia que nos lame aún la memoria desmemoriada, mal programada.
Huérfanos de no se sabe que padres.
¡Él!, el omnipotente, omnipresente, el gran ombligo, es ahora el gran manipulado. Su supuesta creación se ha rebelado, su imagen borrada, semejanza tan sólo retórica.
En su nombre nos hemos embrutecido, en su nombre las mayores y más sangrientas acciones, hasta la locura, el holocausto, la sinrazón, la carne mortificada, el miedo que nos roe el alma, la duda el vacío, la soledad y siglos de oscurantismo. Él, que llego, “beso el Santo”, retirándose a sus sacrosantos aposentos, para observar con alevosía como su supuesta obra se viene abajo y terminar como empezamos, “de estos polvos, estos lodos”

¡Y vosotros Hipócritas!, lobos con piel de cordero,  vendedores de bulas, ministros oscuros, vosotros sois los desterrados, vosotros que meáis alto, tan alto que aún así os salpica en las piernas, que revienta vuestras bubas, fruto de vuestra iniquidad, nos negáis el paraíso, condenándonos al la infructuosa  espera de algo mejor, cuando sólo somos materia y una vez consumida la vela, nos quedamos sin luz, sin guía en este frío encierro, a la espera que el devenir de los días nos valla pudriendo, devolviendo a la tierra lo que es de ella. Y el resto… tan solo energía, imposible de retener, que se escapa hasta desaparecer y volver  de nuevo a la vida, pero sin los recuerdos. Galimatías en torre de babel, con cruz o con luna, con múltiples brazos, de distintos padres, de distintas civilizaciones, denominador común, tiranía de la fe. Fundamentalistas sin fundamento… Ideas que matan, subversivas dirán ellos, sustentadores del miedo. Y aún se jacta de haber creado al hombre, a su imagen y semejanza…

Yo que tengo en mi genealogía todos los nombres, yo que me han llamado Luxfero, Eosforo, portador de luz, portador de la Aurora, hijo de Luciferina o la antigua Dama Oscura. Ejemplo de belleza y sabiduría. ¡Yo que he pagado los errores del omnipresente, del Gran Arquitecto, yo que he sido señalado, vilipendiado hasta el extremo. Vosotros que me habéis llamado Satán el adversario, el soberbio, para vuestro corto entender soy Lucifer, príncipe, ángel caído, revolucionario.
Yo que baso mi saber en mi dilatada experiencia, ando al final de mis días rebelado contra la vida misma. Que me arrebato el beso de mi costado, que cegó mis ojos para no verla más, yo que he estado condenado como el judío errante a vagar eternamente, dando vueltas por el mundo, siendo testigo enmudecido del destrozo del paraíso, una y mil veces arrasado una y mil veces parcelado, por la codicia vuestra. Yo que os se cobardes, que tenéis la desfachatez de masacrar en nombre de una invención, a vuestros semejantes…

Ya me siento arto, cansado y me siento aquí voluntariamente, hasta que la muerte física me haga desaparecer en este trocito de paraíso sin alambrar, sobre este lecho de flores donde yace mi amada, mi beso, mi igual, esa que las distintas lenguas han llamado con diversos nombres.
Lilith, Nin-ti, Pandora, dadora de vida, portadora de vida y sabiduría… en fin Eva.
Aquí delante de ella, o de lo queda de ella, con los recuerdos felices de mi memoria, con los miembros cansados, la piel avejentada y una débil visión.
Con el odio intacto por vuestros desmanes, con el odio intacto hacia vosotros por permitir que mi igual fuera denigrada, ultrajada, por haberla puesto debajo de mí en el escalafón y no a mi altura.
A estas alturas de mi solitario existir, tan sólo quiero salir del paraíso con ella, regresarme al sueño, aunque este sea eterno, pero siempre con la dulce esperanza de despertar con su beso en mi costado, sus ojos deliciosamente enfrentados, con su dulce voz, enseñándome quien soy en realidad.
… A la espera quedo de mi sueño   ¡Yo! Adán 
                                                                                                     Epi

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